Después de conseguir el sueño de ganar el campeonato de Europa y el Absoluto del campeonato del mundo, estar un rato en la nube [o eso me pareció a mí, un ratito (risas) y volver a tocar con los pies en el suelo, era el momento de tomar decisiones. Nos ganamos el derecho de entrar en la liga de competición profesional, aceptar o no el carnet profesional. Tengo que decir que para mí fue un dilema, sobre todo porque hasta la fecha dicho carnet era impensable.
Después del campeonato de Europa, el siguiente paso era el Mundial, pero el propósito era simplemente probarnos, compararnos, a ver si estábamos al nivel. La victoria fue sorprendente, durante la competición vimos que podíamos, pero era nuestro debut en un mundial y había nombres consagrados que luchaban por ganar.
Esa victoria fue increíble, inimaginable. Recuerdo el camino de vuelta al hotel, tras perder el autobús de los atletas. Tardamos en salir por el reclamo “exagerado” de gente que quería hacerse fotos, saludarme y felicitarme. Pues bien, como decía, tuvimos que volver andando y recuerdo que pasamos todo el puente que cruza el Danubio, Juan Marco y yo, llorando de alegría e ilusión. Sí, Juan también puede llorar (risas).
El subidón tras la victoria fue muy grande y no quería que me influenciara en las decisiones que teníamos que tomar. Ya con la cabeza fría tocaba decidir, aceptar el carnet profesional o seguir compitiendo como amateur. Intenté ponerlo todo sobre la balanza, sopesarlo todo, los pros y los contras. Tenía que ser minucioso y no dejarme nada por valorar. Conseguí mi primer espónsor “importante” (todos mis espónsor han sido importantes y les doy las gracias por haber confiado en mí), pero cuando digo importante me refiero a económicamente. Todo el mundo estaba en conspiración (o eso me lo parecía a mí) por animarme a aceptar dicho carnet. Sus razonamientos eran muy convincentes, hasta el momento en España nadie se había ganado el carnet profesional por las vías de la competición: ganando el Mundial. También estaban los comentarios de los que te quieren, familia, amigos, etc. Intentaba que no me influenciaran demasiado, porque todo era demasiado bueno, tenían casi más ganas que yo, pero sus comentarios salían del corazón y yo necesitaba más cabeza que corazón en ese momento.
Tenía muy claro lo que quería y lo que no quería: quería competir, entrenar, mejorar. Durante los años anteriores mi primer objetivo era el culturismo, ponerme grande, entrenar hasta no poder más. La competición nunca fue mi gran motivación, simplemente era el momento de medir, valorar y comprobar el trabajo realizado. No me malinterpretéis, lo que te puede dar la competición es inimaginable: satisfacción personal, recompensa por el trabajo bien hecho, etc. Pero sin la victoria todo es diferente, y tengo que decir que me había acostumbrado a ganar. ¡Buen sabor el de la victoria! Pero, ¿estaría al nivel de la competición profesional? ¿Podría mantenerme motivado sin ganar competiciones? ¿Era demasiado osado? Las dudas eran muchas. Después de meditarlo a conciencia decidimos dar el paso: aceptar el carnet profesional.
Hecha la osadía había que pensar en el debut, fecha, tiempo de preparación, que competición, etc.
Si crees que estas haciendo algo importante, hazlo a lo grande. Puestos a ser osado, seré muy osado. Decidimos debutar en Night of Champions en Nueva York, por aquellas fechas el tercer campeonato más importante después del Arnold Classic y el Mr. Olympia. Dorian Yates debutó allí y era el Mr. Olympia de la época y para mí, en esos años fue causa de gran motivación e inspiración. La osadía era grande, pero mucho más lo eran mis ganas de trabajar, entregarme, dar el máximo. Diseñamos el programa y nos pusimos a dejarnos la piel en el intento. ¡Pero esto es otra historia!
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